Franco superó los problemas que lo aquejaron en la adolescencia, junto a su acompañante, María Inés Paunero
20.12.2010 | Son parte de un plan que funciona en La Plata desde el ‘89. Cómo es la reinserción. Nada en él podría indicar más que rebeldía adolescente. Podría ser cualquier pibe de barrio que, de repente, se calzó las zapatillas Topper, un pañuelito al cuello y se cortó el flequillo estilo rolinga, buscando su lugar en el mundo.
Nada en él podría indicar más que rebeldía adolescente. Podría ser cualquier pibe de barrio que, de repente, se calzó las zapatillas Topper, un pañuelito al cuello y se cortó el flequillo estilo rolinga, buscando su lugar en el mundo. Lo cierto es que los dieciocho años de vida de Gastón Verón llevan a cuestas, además, una niñez desdibujada por los conflictos familiares. Abandonó la escuela en sexto grado: sus papás estaban mucho más preocupados en perderse en el alcohol y pelear entre ellos que en el ciclo lectivo de Gastón y de su hermano, dos años mayor. Hasta hace un año, ambos se dedicaron a “hacer nada”. El sufrimiento a la deriva y el rencor llevaron al mayor a verse tentado a robar. “Lo agarró la Policía y lo encerró en la Unidad Nº 9, se cagó el futuro”, señala Gastón, que sueña con sacarlo y salvarlo de “los códigos de la calle”. Hace un puñado de meses, Gastón fue propuesto por el Juzgado para ser beneficiario del Sistema de Sostén de Menores Tutelados, dependiente de la Procuración General de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia. Al principio sintió que otros pibes necesitarían mucho más que él la beca económica y la contención de un acompañante. Terminó accediendo: se decidió a retomar sus estudios y en dos meses rindió libres todas las materias que adeudaba del primario y todo el secundario. Con el título de bachiller en sus manos, ya se anotó para estudiar Arquitectura en la facultad el año próximo y planea entrar a trabajar al Ministerio de Salud, como cadete. “En poquísimo tiempo progresé una banda”, asegura a Diagonales.
Como Gastón, ya son 400 los pibes que en 2010 lograron sortear los escollos de una infancia difícil y proyectar sueños que pueden cumplir a mediano plazo en su horizonte. Si no daba con el Sistema Sostén, su destino –como el de tantos chicos víctimas de abandono o violencia familiar– estaba signado por el paso por alguna de las instituciones asistencialistas de la ciudad: hogar o instituto de menores. Según el Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia, son alrededor de 5 mil los menores que actualmente se alojan en instituciones de abrigo en la Provincia. A ellos, se le suman los miles de pibes privados de su libertad en penales. En aquellas instituciones, con frecuencia no existe el acceso a la educación, a la atención médica y psicológica, se sufren malos tratos, y no se les brinda herramientas para que sepan asumir luego una vida independiente en la sociedad.
“El Sistema de Sostén surgió en 1989, como una experiencia piloto; en ese momento habíamos hecho una encuesta en las unidades carcelarias de adultos, y el 75 por ciento de los internos de toda la Provincia habían tenido relación con jueces de menores, cuando eran niños”, señala a Diagonales su directora, la abogada Verónica Canale.
Junto con el por entonces Procurador Eduardo Penna, investigó y en ese momento –cuenta Canale– “no encontramos ningún programa de externación en la Provincia de Buenos Aires. El pibe cumplía los 21 años y salía del instituto con el bolsito y la plata para el micro, rumbo a cualquier lado; en el mejor de los casos lo iba a buscar algún pariente”. Ellos buscaron subsidios de privados y les ofrecieron a los Defensores de Incapaces que si creían que algún chico tenía condiciones para seguir estudiando, le ofrecieran la posibilidad de externarse con una beca mensual (que hoy en día es de entre $ 500 y $ 1.000, según el caso) para capacitarse, y un acompañamiento individualizado, hasta que en un futuro encuentren un trabajo que reemplace ese estipendio. El Sistema se bautizó entonces como Sostén, tal como se materializó gracias al trabajo de la abogada junto con una trabajadora social y una psicóloga.
SALTO AL VACÍO. En el primer año, fueron cuatro los chicos que pasaron por el Sostén. Hoy, ya son 2.800 los que incursionaron en esta modalidad en sus ininterrumpidos años de funcionamiento. Todos saben que el sistema “queda chico” para la demanda existente: en 2010 tuvieron 280 solicitudes de ingreso sin poder abordar, duplicando las de 2009. Aunque también, año tras año, la cifra de pibes en el programa crece: en comparación con el año pasado acogieron 70 por ciento más de chicos.
Todo el proceso parte de la voluntad del chico. Antes de que ingrese, se evalúa que esté en condiciones de vivir de manera autónoma: “aunque salga a vivir con la familia, es muy probable que a los tres meses se arme algún lío en la casa y tenga que ir a vivir solo, y tienen alrededor de 15 años”, asegura Canale. “Lo fundamental es notar que cada chico muestre un mínimo indicio de querer mover algo, tener algún deseo de progresar”, señala Marcela Langue, de 43 años, una de los 27 acompañantes que cuentan, cada uno, con quince chicos a cargo. Ella trabajaba como administrativa en el Ministerio de Seguridad y en un reacomodamiento quedó admitida para pasar al proyecto de Sostén.
La figura del acompañante –que debe tener 25 años, el secundario completo y no ser “ni abogado, ni psicólogo ni trabajador social, profesionales que causan mucho prejuicio en los chicos”– es la columna vertebral del sistema. Su trabajo es pago, porque “no se trata de una cuestión de amor, es acompañar al chico en su deseo, cosa que adentro de una institución tienen vedada”, explica Marcela.
Los aconsejan, los escuchan, los asesoran en la construcción de su proyecto de vida, los llaman y hacen un seguimiento de su caso. Hay chicos más demandantes, y otros que sólo se comunican por el cobro de la beca. En el primer año, los acompañantes trabajan con la inclusión en el Programa de Sostén: “son seis meses con un gran signo de interrogación en su cabeza sobre qué hacer. En general, lo que los chicos tienen planeado hacer no va, piensan estudiar computación ‘porque es en lo que hay más trabajo’. Todos quieren tener una familia y, por ejemplo, darles ‘todo lo que su padre no les dio’. Se trabaja desde ahí, desde lo que ellos quieren”, enfatiza Marcela. El segundo año es el de despegue en la decisión del chico, y en el tercer año, se trabaja la salida del programa hacia la vida realmente independiente.
AFECTO. ¿Cómo no generar lazos afectivos? “Uno termina con el acompañamiento cuando se van, pero se le deja nuestro celular para un futuro, si lo necesitan les vamos a dar una mano. Como conocidos. Pero esto es un trabajo”, afirma Chicho Moya, que se incorporó en marzo de este año como acompañante de chicos con causas penales no graves (robos, hurtos).
Dice estar tan sorprendido con el Sistema como los propios pibes: “es el primer programa que religiosamente paga los días correspondientes. Cada chico cobra su cheque. Ellos entienden que el hecho de que tengan que estudiar es un beneficio secundario, y hacen ese esfuerzo. La capacitación es la excusa, pero no es lo mismo a la hora de insertarse en el mercado laboral. Muchos eligen estudiar oficial soldador”, cuenta.
Para Gastón Verón, Omar (su acompañante, al que él llama su “asistente”) es como su segunda voz: “me ayuda mucho con mi indecisión. Cuando siento que pasa un problema y pienso en mamarme, por ejemplo. Para no llegar a eso yo previamente aviso. Es como mi segundo padre, viene, me putea, me rompe las pelotas con el estudio. Antes me pintaba tomarme un vino y nadie estaba para ponerme límites”.
LAS COSAS DEL QUERER. ¿Qué querés comer, arroz o polenta? ¿Fideos o carne? ¿Qué querés estudiar? Nunca antes alguien se los había preguntado. Y dar el gran paso hacia la independencia no es sencilla. “Es como si los hubiesen tratado toda su vida como perros, en la familia y en los institutos. Si el ser humano nunca optó no se siente más que una cosa, no sabe qué quiere”, asegura Canale. En el programa trabajan con la responsabilización subjetiva del chico, “empezar a hacerse cargo de que es una persona. Parece una cosa impensable pero eso existe, porque nunca les preguntaron qué quieren hacer”, admite la abogada.
Rita sintió ese miedo a la intemperie en carne propia. Primero, cuando tenía 7 años y su mamá los abandonó “como a animales” a ella y a sus cuatro hermanos para irse con un hombre. Su padre ya había fallecido. Y hace un año, con 16 salió del Hogar de la localidad de Berisso adonde se alojó junto a sus hermanos durante años, huérfanos. Pero el segundo momento de temor se convirtió en felicidad mucho más pronto de lo que imaginó: “en el Hogar estás demasiado protegido, con Sostén salí a la calle y vi las cosas diferentes. Antes, para cruzar la calle te agarraban la mano, y aunque al principio me sentía con miedo, lejos de esa burbuja de protección, ahora tengo el mundo enfrente y tengo que saber enfrentarlo”, afirma. Y sus ojos pardos centellean.
Para ella el Sistema de Sostén es como una familia: “la gente que trabaja ahí te trata como diferente, te sentís escuchada, acompañada en todo sentido”. Lo conoció por su hermano Federico, que fue becado antes. “Yo quise entrar para que me escuchen, no por la plata”, asegura. Con María Inés, su acompañante, se siente como “con mi propia hermana o con una madre, es comprensiva, te escucha, cuando me siento medio mal la llamo, o ella se preocupa y también me llama para saber cómo estoy. Que me atiendan como no me atendieron me encanta”.
Está terminando la secundaria y baraja dos opciones a futuro: ser Maestra Mayor de Obra o Maestra Jardinera, porque le encantan los nenes. “En el hogar cuidaba 8 chiquitos y una nena recién nacida sin mamá, quien murió enferma”, recuerda. Está de novia hace 8 meses y no tiene dudas de que en un futuro formará una familia. “Quiero tener mi propia casa, mis cosas”, fantasea al mismo tiempo que aclara: “lo que más me gustaría es poder demostrarle a mi mamá todos mis logros. No es por mala, es que ella siempre me decía que nunca lo iba a poder hacer”.
CAMBIOS Y CONTINUIDADES. Cuando ingresan, los chicos firman un contrato de responsabilidad, que da cuenta de sus obligaciones y las del programa, sin tiempo estipulado. Por experiencia, se sabe que más de 3 años de acompañamiento no es bueno, “porque se hacen dependientes de una persona, como les pasaba antes en la institución. El único límite que tienen los pibes es el delito a un tercero o a ellos mismos”. Ante la flexibilidad del proyecto, algunos chicos han llegado a desaparecer por unas horas para probar si van a buscarlos o no. El nivel de reincidencia de los jóvenes del sistema es casi inexistente: sólo dos casos en sus dos décadas de funcionamiento. “Pero sí nos sucedió de todo, porque siguen siendo adolescentes: tuvimos hasta intentos de suicidio, o si se pasan de drogas se les plantea que el acompañante no puede trabajar con ellos, porque no pueden decidir bajo el efecto de las drogas. El acompañante dirige el proceso, se lo plantea primero. Él pide la intervención del psicólogo, del trabajador social o del abogado. Todos los miércoles hay reunión de casos para evaluarlos. Somos flexibles en que hay que esperar con la adicción a las drogas, también es una elección”, puntualiza Canale.
En 2006, el programa obtuvo el segundo premio por su enfoque innovador del concurso “Experiencias en innovación social”, organizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg. De todas formas, el proyecto aún no tiene réplicas similares en el país; sí en el exterior: el año próximo capacitarán a un grupo de profesionales para implementar el programa en Costa Rica. También recientemente consiguió su propio presupuesto dentro de la Procuración General del Poder Judicial, y pasó a convertirse en la Ley 12.852, lo que no sujeta al programa a los cambios de Gobierno, y asegura su continuidad en el tiempo.
Pero esa continuidad tan necesaria para el Sistema no es la misma que necesitan los chicos, que una vez que están listos para afrontar su vida en solitario deben despedirse de la beca. Franco, de 22 años, aún está molesto porque le hayan dado el alta este mes después de dos años de trabajar para reconstruir su vida junto a María Inés, su tutora. Su ciudad de origen es una incógnita que prefiere no develar a este medio porque “no le dio oportunidad de crecer como persona, como sí ocurrió en La Plata”. Llegó al Sistema a través de una jueza de menores que lo recomendó después de que su familia se desarmara. Hoy, está en tercer año de arquitectura, a mitad de camino aunque él diga que la lleva “a los ponchazos”. Hace poco consiguió trabajo en la fiambrería de al lado de su casa, “un garrón porque nunca puedo llegar tarde”, bromea. Después de perder a su familia, hoy el Sostén y la vida en La Plata le enseñaron otra cosa: “hoy trato de no romper vínculos, mantener lo que tengo, ese error ya se cometió en mi vida pasada”. Por eso, sospecha que a pesar de haber finalizado con la beca seguirá en contacto con su acompañante, y sueña con irse a vivir a “cualquier lugar menos a mi ciudad natal, quizás a Santa Rosa, adonde tengo una tía”.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-119131-medios-122-Superar-la-adversidad-historias-de-pibes-institucionalizados-que-salieron-adelante.html